LOS COMIENZOS
Fundada en 1979 – Primer Carnaval 1980
Nuestra andadura comenzó en la zona de Cruz del Señor de Santa Cruz de Tenerife, allá por el año 1979, en un gran patio de una comunidad de vecinos donde nos reuníamos para hacer nuestro sueño realidad de poder desfilar por las calles de Santa Cruz. Nuestro primer disfraz fue confeccionado por algunos de nuestros padres, empujado por nuestro afán de salir en el Carnaval. Con trabajo, tesón y sacrificio logramos financiar el disfraz, con la venta de dulces por el barrio, venta de rifas, etc.
Teníamos que pensar en un nombre para la murga, que no teníamos muy claro cual sería, pero surgió una idea a partir de unos pequeños chicles que se vendían en esta época con forma de melón. Fue entonces cuando empezamos a barajar varios nombres hasta llegar a nuestra denominación LOS MAMELONES.
Tras solventar muchos problemas, pudimos debutar en el concurso de murgas infantiles del Carnaval de 1980, luciendo la fantasía “Payaso Arlequín” , donde tuvimos una gran aceptación y muy buena impresión entre el jurado y el público asistente, consiguiendo el 2º premio de interpretación.
Ensayábamos en el patio de Cobasa en la Cruz del Señor, con Tino como sargento para tenernos firmes y callados, Toño Ramirez para concentrarnos en los ensayos y en el concurso, y Manolo Peña exigiendo y dando el visto bueno a todo.
En nuestro primer año 1980 salimos a la calle, cumpliendo nuestro sueño de desfilar en el carnaval, 40 componentes con Toño Ramirez como director, teniendo por bandera nuestra filosofía de divertir y divertirnos, donde aún hoy en día perdura en el tiempo siendo fieles a nuestros principios.
Actualmente ensayamos en la “CASA DEL MIEDO” sita en la Calle Antonio Domínguez Alfonso, 31 (Calle La Noria) de Santa Cruz de Tenerife.



Los Mamelones con sus Letras y sus Ratones
Pero… un día, los Carnavales se vieron atacados por una terrible plaga: ¡Santa Cruz estaba lleno de ratones! Había tantos y tantos que se atrevían a desafiar a los perros, perseguían a los gatos, sus enemigos de toda la vida; se atrevían a robar quesos de las despensas para luego comérselos, sin dejar una miguita. ¡Ah!, y además…Metían los hocicos en todas las comidas, husmeaban en los calderos de los potajes que se estaban preparando en las casas, roían las ropas domingueras de la gente, practicaban agujeros en los costales de harina y en los barriles de sardinas saladas, y hasta pretendían trepar por las anchas faldas de las charlatanas mujeres reunidas en la plaza de la Candelaria, ahogando las voces de las pobres asustadas con sus agudos y desafinados chillidos.




…Pero el pueblo se hartó de esta situación. Y todos, en masa, fueron a congregarse frente al Ayuntamiento.
¡Qué exaltados estaban todos!
No hubo manera de calmar los ánimos de los allí reunidos.
-¡Abajo el alcalde! – gritaban unos.
-¡Que los del Ayuntamiento nos den una solución! – exigían los de más allá.
Al oír tales amenazas, el alcalde y la concejala de fiestas y demás ediles quedaron consternados y temblando de miedo.
¿Qué hacer?
Por fin, el alcalde se puso de pie para exclamar:
-¡Lo que yo daría por una buena ratonera!
Apenas se hubo extinguido el eco de la última palabra, cuando todos los reunidos oyeron algo inesperado.
En la puerta del Consejo Municipal sonaba un ligero repiqueteo.
-¡Dios nos ampare! – gritó el alcalde, lleno de pánico
-. Parece que se oye el roer de un ratón ¿Me habrán oído?
Los ediles allí presente no respondieron, pero el repiqueteo siguió oyéndose.
-¡Pase adelante los que llaman! – vociferó el alcalde, con voz temblorosa y dominando su terror.
Y entonces entró en la sala lo más extraños personajes que se puedan imaginar. Llevaban unos trajes muy coloridos, con rombos en un lado y en el otro liso, de donde se sujetaban unos pequeños ratones. Llevaban unos zapatones largos, que se iban enrollando hasta terminar en la punta, con mucho color, azules, verdes, naranjas, y con unas casitas de cuento que salía de dichos zapatos unidos a sus piernas. Sobre sus cabezas llevaban unos grandes sombreros de punta muy larga, con plumas y de colores varios. Y portaban en sus manos unas trompetas-flautas de un diseño muy bonito.
Alcalde y concejales les contemplaron boquiabiertos, pasmados y cautivados, a la vez, por sus estrambóticos atractivos.
– Perdonen, señores, que me haya atrevido a interrumpir su importante reunión, pero es que he venido a ayudarlos.
Nosotros somos capaces, mediante un encanto secreto que poseemos, de atraer hacia nuestras personas a todos los seres que viven bajo el sol. Lo mismo da si se arrastran sobre el suelo que si nadan en el agua, que si vuelan por el aire o corran sobre la tierra. Todos ellos nos siguen, como ustedes no pueden imaginárselo.
Principalmente, usamos nuestros poderes mágicos con los animales que más daño hacen en los carnavales de los pueblos, ya sean topos o sapos, víboras o lagartijas. Las gentes nos conocen como La Murga Los MAMELONES.
El alcalde y la concejala de fiestas se convencieron que esa era la mejor solución de la que disponían.
Poco después, La Murga Los Mamelones bajaba por una de las calles principales de Santa Cruz. De pronto se pararon. Tomaron las trompetas y se pusieron a tocarlas, al mismo tiempo sus ojos chispeaban como cuando se espolvorea sal sobre una llama, y sintieron como empezaba a correr por sus venas la alegría del carnaval.
Arrancaron tres vivísimas notas de las trompetas. Al momento se oyó un rumor. Pareció a todas las gentes de Santa Cruz como si lo hubiese producido todo un ejército que despertase a un tiempo. Luego el murmullo se transformó en ruido y, finalmente, éste creció hasta convertirse en algo estruendoso.
¿Y saben lo que pasaba? Pues que de todas las casas empezaron a salir ratones.
Salían a torrentes. Lo mismo los ratones grandes que los ratones chiquitos; igual los roedores flacuchos que los gordinflones. Padres, madres, tías y primos ratoniles, con sus tiesas colas y sus punzantes bigotes. Familias enteras de tales bichitos se lanzaron en pos de los Mamelones, sin reparar en nada.
Los Mamelones seguían tocando sin cesar, mientras recorrían calle tras calle. Y en pos iba todo el ejército ratonil danzando sin poder contenerse. Y así bailando, bailando llegaron los ratones al río, en donde fueron cayendo todos, ahogándose por completo.
Sólo una ratoncito logró escapar. Era una ratoncito muy fuerte que nadó contra la corriente y pudo llegar a la otra orilla. Corriendo sin parar fue a llevar la triste nueva de lo sucedido a su país natal, Ratilandia.
Una vez allí contó lo que había sucedido.
– Igual les hubiera sucedido a todas ustedes. En cuanto llegaron a mis oídos las primeras notas de aquellas trompetas no pude resistir el deseo de seguir su música. Era como si ofreciesen todas las golosinas que encandilan a una ratón. Imaginaba tener al alcance todos los mejores bocados; me parecía una voz que me invitaba a comer a dos carrillos, a roer cuanto quería, a pasarme noche y día en eterno banquete, y que me incitaba dulcemente, diciéndome: “¡Anda, atrévete!” Cuando recuperé la noción de la realidad estaba en el río y a punto de ahogarme como las demás. ¡Gracias a mi fortaleza me he salvado! Esto asustó mucho a los ratones que se apresuraron a esconderse en sus agujeros. Y, desde luego, no volvieron más a Santa Cruz.
¡Había que ver a las gentes de Santa Cruz!
Cuando comprobaron que se habían librado de la plaga que tanto les había molestado, se echaron a las calles a disfrutar y a divertirse en el Carnaval.
El alcalde, que ya no temía que no se celebrara los Carnavales de Santa Cruz, parecía un jefe dando órdenes a los vecinos:
-¡Vamos! ¡Busquen palos y ramas! ¡Hurguen en los nidos de los ratones y cierren luego las entradas! ¡Llamen a carpinteros y albañiles y procuren entre todos que no quede el menor rastro de los ratones!
Así estaba hablando el alcalde, muy ufano y satisfecho. Hasta que, de pronto, al volver la cabeza, se encontró cara a cara con la Murga Los Mamelones que destacaban entre el gentío que estaba en la Plaza de la Candelaria.
Los Mamelones interrumpieron sus órdenes al decirle:
– Creo, señor alcalde, que ha llegado el momento de darnos nuestra recompensa.
-¿la recompensa… ?- dijo el alcalde -. ¿Qué recompensa es la que piden?
-Nuestra recompensa es salir y participar todos los años en el mejor Carnaval del Mundo, en el Carnaval de Santa Cruz de Tenerife, por lo que queremos volver todos los años.
El alcalde y la concejala de Fiestas, sonrieron ante tal petición, a la que contestaron de inmediato y sin dilación.
-Para nosotros es un privilegio que la Murga Los Mamelones participe cada año en los carnavales de este pueblo, porque los carnavales es de todos y Los Mamelones son parte de este pueblo.
Los Mamelones empezaron andar por las calles de Santa Cruz y entonces comenzaron a tocar sus trompetas y cantaban su pasacalle, con letras y notas tan melodiosas, como jamás músico alguno, ni el más hábil, había conseguido hacer sonar.
Se despertó un murmullo en Santa Cruz. Un susurro que pronto pareció un alboroto y que era producido por alegres grupos que se precipitaban hacia Los Mamelones.
Numerosas personas corrían batiendo el suelo, para verlos desfilar, montándose un jolgorio de alegría y felicidad. Todos los niños, admirados por el espectáculo anhelaban participar y así les decían a sus madres: – Mama yo el año que viene quiero estar en los Mamelones.
El alcalde enmudeció de asombro y la concejala también.


Y este cuento no se ha acabado, sino seguirá y seguirá…
CARNAVAL 2023 CONTINUARÁ
Calle Antonio Domínguez Alfonso, 31
38.002 Santa Cruz de Tenerife
Email: soc.mamels@gmail.com